jueves, 6 de diciembre de 2012

El día del examen

Todos nos hemos presentado alguna vez a un examen y es curioso como cada uno sigue su rutina e incluso sus rituales. Yo me presento a unos diez exámenes cada curso (suelen ser más), de asignaturas gorditas además, y siempre suelo hacer lo mismo.

La semana antes del examen es crucial, y he descubierto que si me pongo "a full" esos días, obtengo mejores resultados que estudiando poquito a poco durante más tiempo. Así que los días previos al examen suelo pasarme el día entero en la biblioteca, comiendo por la zona o almorzando temprano y bajando para quedarme hasta cerca de la medianoche.

Mi nivel de concentración en la prueba va creciendo poquito a poco, y es por eso que dos días antes del examen soy un zombie ojeroso que se comunica tan sólo para repetir fragmentos del temario y que sale de una oscura caverna para comer y ducharse. Durante esa semana previa, el día del examen es el fin del mundo, lo que pase el día después no parece interesarme e incluso llega un momento en que no lo recuerdo. 
Además, es curioso como se refleja la proximidad de un examen en nuestra vestimenta, y no lo digo sólo por mí, si no por mis compañeros. La semana antes del examen la estudiante va arreglada (voy a poner el ejemplo femenino) y, mientras transcurren los días, se puede observar como va dejando primero de maquillarse y luego de peinarse (el famoso moño pre-examen) y su vestimenta se va componiendo más de vaqueros y zapatos muy cómodos, hasta llegar al punto de plantearse ir en pijama o chándal (cada cuál peor) al examen. En los chicos es más sencillo, tan sólo hay que mirar la espesura de la barba. Y, por supuesto, la palidez del rostro, lo hundido de los ojos, y la longitud de las ojeras son signos que indican claramente cuándo va a acontecer el examen.

Llega el temido día. Desde hace bastante, me he dado cuenta que es mejor dormir bien la noche antes de la prueba (cosa que todo el mundo te recomienda y al final nunca haces), así que me acuesto temprano y duermo lo que creo necesario para descansar. Si el examen es por la mañana, me levanto con el tiempo justo para prepararme e ir hasta la facultad, repasando los puntos fundamentales por el camino. Siempre llego una hora antes por si las moscas. Si el examen es por la tarde, me levanto temprano y me encierro en la biblioteca hasta dos horas antes del mismo, como y no repaso, porque me pongo más nerviosa.

Suelo estar tranquila antes de los exámenes, soy un remanso absoluto de paz...hasta que falta media hora para empezar. Es como si me diera cuenta en ese momento de a qué me voy a enfrentar, es una especie de punto de no retorno, tras el cuál empiezo a hacer chorradas como dar grititos (¡Vamos a morir todos!), cantar y otras acciones por las cuáles un neuroléptico no me vendría mal.

Pero el momento llega, irremediablemente. Cojo aire, boli, lápiz y agua, y me meto en el aula. Cuando me siento, me doy cuenta que la suerte está echada y me digo a mí misma que por mucho que me ponga nerviosa, ya no hay nada más que hacer. Tras entregarme la hoja de examen, inspiro profundamente una vez más y me pongo a ello.

Unas veces sale bien y otras veces no tanto, pero la siesta que me hecho después de una semana en tensión no me la quita nadie.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Soy una vaga

Sí, lo que leen, soy una vaga. Y es que durante el curso escolar, me levanto a las 6:00 para estar en el hospital a las 8:00 para ir a prácticas (cuando podría estar a las 9:00 que es a la hora a la que la mayoría de mis profesores se dignan a aparecer) y estoy allí hasta las once. En ese momento tengo una hora y media para llegar hasta la facultad (que está a una hora del hospital ya sea en guagua o en coche) y comer. A las 12:30 tengo que meterme en clase hasta las 16:30. Cuatro horas que pueden ser de total provecho o que pueden no servir para nada (profesores que leen diapositivas o que ni siquiera aparecen por clase, etc). Cuando termino las clases vuelvo a mi casa, ceno (yes, sir) y me pongo a estudiar. Un par de veces a la semana me permito el lujo de malgastar mi tiempo en ir a hacer deporte y me cojo un día libre a la semana en el que no quiero ni oír hablar de la medicina. Y sí, vale, que sólo tengo mes y medio de prácticas; pero es que cuando no tengo que ir al hospital empleo mi tiempo "libre" de la mañana en estudiar. Así que, sin estar de exámenes, mi jornada de estudio va de las seis a las ocho horas.

Pues al Rector y al Consejo Social de mi Universidad le parece que esto no es estudiar y que como soy una vaga tengo que tener una Normativa de Permanencia para asegurarse de que saco todas las asignaturas año por año (cosa, que, en medicina, es imposible a partir de tercero). Por ejemplo, a partir de ahora sólo voy a poder coger diez asignaturas por año, no más. Es decir, ¿qué pasa si me queda una del curso pasado? No cojo una del curso siguiente. ¿Y qué pasa si no la recupero en Diciembre, por ejemplo? Que me quedo en la  carrera un curso más por una asignatura. Además, tendrán preferencia las asignaturas de cursos inferiores, así que, si tienes una asignatura que se atraviesa, reza y ya veremos. Otro aspecto importante, y sin duda el que más me duele de todos, es que, aunque no te presentes a un examen de una asignatura, correrá convocatoria. Es decir, yo no me presento a un examen, porque resulta que tengo tres exámenes en una semana (de asignaturas con apuntes de más de 500 páginas) y sólo tengo dos semanas para prepararme los tres, y me cuenta como suspenso. Pues bien vamos. 

Hablando el otro día con un compañero, me di cuenta de que varias personas de mi clase están desarrollando enfermedades causadas por el estrés y además, graves. Yo misma participé en un estudio el curso pasado (a final de curso) y una de las conclusiones que obtuvieron fue que debía tomar más el sol, que estaba teniendo déficit y no era por la alimentación (tenía más que ver estar todo el día en la biblioteca y salir cuando ya había anochecido, más bien). Y, sin embargo, los jefazos, luciendo sus trajes y sus gordas barrigas (sí, me he enfadado) nos siguen diciendo que somos unos vagos. No digo que no tenga que haber una Normativa de Permanencia, simplemente quiero que pasen una semana en la vida de un estudiante de cada carrera universitaria y comprueben cuál es su realidad. Tan sólo entonces podrán determinar las condiciones necesarias para permanecer o no en la carrera. Y ni eso.

domingo, 18 de noviembre de 2012

Entre dos tierras

Durante nuestros estudios, y de forma concreta en la práctica clínica, el estudiante de medicina sufre una evolución que consiste en pasar de un lado de la mesa, como paciente (quién más, quien menos ha ido al centro de salud alguna vez) a estar en el otro lado, como médico. Sin embargo, y como he dicho, ese proceso no es instantáneo, y hay una etapa en medio que muchos de los que ya están "al otro lado" parecen haber olvidado.

Cuando estás en prácticas en una consulta, sueles estar detrás de la mesa, junto al médico, pero en muchas ocasiones estás en una posición entre médico y paciente, por lo que puedes ver y analizar el comportamiento de ambos. Es una perspectiva que se pierde cuando estás situada en uno de los dos extremos, y que creo que es muy enriquecedora. Porque no hay que olvidar que nuestra profesión es de cara al público (aunque sea todo privado, entre cuatro paredes y con la puerta cerrada) y tratamos con seres humanos, así que de nada me vale saberme todas las patologías del mundo si después me llega un paciente nuevo y no le digo ni "Buenos días" (aunque, ojo, la educación la debe traer uno ya de casa cuando entra en la carrera).

Nuestros profesores no se cansan de repetirnos que debemos tratar el paciente con "mimo y cariño", que tenemos que respetarle; pero sin embargo vas al día siguiente al hospital y te toca con un médico que ni siquiera mira al paciente a los ojos (y vete tú a decirle algo). Un paciente que ve que no tienes interés en él (o que al menos lo piensa por tu comportamiento), es un paciente que no te va a preguntar algo que le dé mucha vergüenza, por ejemplo, y que puede ser importante a la hora de tratarle.

En fin, me gusta pensar que en mi futura profesión no hay extremos, no hay blancos o negros, sino grises, todo matices; que debemos ponernos en el lugar del paciente (a nadie le gusta estar enfermo, hay que comprender las dudas, los miedos y las inseguridades de esa persona) y del médico (que quiere atender al paciente lo mejor posible y que debe tener en cuenta, y más en estos días, a cuántas personas tiene que atender, el tiempo que tiene para hacerlo, los recursos de los que dispone, etc...; al fin y al cabo es un trabajador más). Y tal vez, sólo tal vez, de esa manera lleguemos a ser grandes médicos. Aunque desde hace mucho opino que, antes de ser buen médico, hay que ser buena persona.

domingo, 4 de noviembre de 2012

Cuenta atrás

En su momento dije que no me hacía nada de gracia la cirugía, lo cuál es cierto. Sin embargo, no me desagrada otro de los papeles a desarrollar en el quirófano: el del anestesiólogo. En lo poco que he visto, creo que es un médico fundamental y al cuál se le menciona poco (menos si lo que le toca va mal, por supuesto). El anestesiólogo es de las últimas personas con las que hablas antes de dormirte, la última que ves mientras te duermes, y la que está a tu lado mientras te despiertas en quirófano (cosa que no recordarás). No he estado más allá, pero quiero suponer que también pasa a verte a la Sala de Despertares. 

A veces se comenta que la especialidad de Anestesia es la más cómoda: duermes al paciente, controlas todo durante la operación (es decir, estás sentado con un papel delante durante lo que dura la cirugía) y luego lo despiertas. También es verdad que es una de las que más responsabilidades tiene: a la mínima que te equivoques puedes hacerle daño al paciente. Sin embargo, en el tiempo que estuve al lado de los anestesiólogos en el quirófano quise mirar un poco más allá, y lo que vi me gustó. 

Hemos de recordar que la vida es el único patrimonio que tiene una persona, su bien más preciado; no hay que olvidar que una persona te ha autorizado a ti (vil mortal) a mantenerlo vivo durante unas horas. Por eso el hecho de tratarlo por su nombre ("Venga Juan, vaya respirando por la mascarilla, esto es sólo aire"), en un tono amable (casi cariñoso) mientras se queda dormido; ser preciso y a la vez cuidadoso a la hora de intubarlo, despertarle con suavidad una vez ha terminado la cirugía, etc; son aspectos fundamentales. 

Visto desde fuera puede parecer que soy exagerada y que me fijo demasiado en los detalles, pero cuando estás en ello, ventilando al paciente, sientes que sujetas una fina cuerda y una gran responsabilidad. Dentro de los actos que puede realizar un ser humano, tratar con dulzura, paciencia y cariño a quién ha depositado su vida en tus manos me parece de los más extraordinarios.

Ah, y lo de la cuenta atrás...pues para las películas queda.


martes, 30 de octubre de 2012

De puertas y momentos

Se suele decir que los estudiantes de medicina tiramos para médicas o para quirúrgicas. Esto quiere decir que nos llama más la atención hablar con el paciente o rajarle, en resumidas cuentas. Estoy siendo exagerada y recurriendo al tópico, como es obvio. Sin embargo, he decir que mi relación con la cirugía es (de momento) de amor/odio. De amor porque me gusta mucho la teoría (sí, es raro) y de odio porque suelo marearme en quirófano y en última instancia no dejo de imaginarme al cirujano como un carnicero muy bien adornado. Es una exageración, la cirugía es una terapia muy necesaria, pero mi lado emocional no puede dejar de tener en cuenta eso.

En mi primera visita al quirófano tocaba una biopsia de un linfoma no Hodgkin (un tipo de cáncer, para quienes no sean entendidos en la materia). Cuando entré a la sala el paciente ya estaba en la mesa de operaciones, sedado pero aún sin anestesiar. Me acerqué al residente (ese médico casi especialista), que iba a ayudar en la operación para preguntarle qué íbamos a ver. Me explicó un poco por encima y me dijo que el paciente tenía "muy mal pronóstico", con cara de sentencia. Me sentó muy mal el comentario, y tal vez sea sólo una sensación pero, me pareció como si el residente no hubiera tenido en cuenta que el paciente se encontraba allí, alejado, pero a la vez cerca de nosotros y que era posible que supiera ya esa información, pero ¿y si no? ¿Alguien se puede imaginar cuán duro es que comenten (porque ni siquiera te lo están diciendo a ti) que lo tuyo no tiene casi remedio justo antes de operarte? Sentí mucha pena, por el paciente, por el médico y por la situación. Así que cuando, ya empezada la operación, sonó en la radio "Knockin' on Heaven's Doors" de Bob Dylan, no pude evitar pensar que lo que habían hecho era sentenciarlo a muerte sin saber, tocar en las puertas del cielo en su nombre. 





Pasilling

"Pasilling" es el deporte favorito de todo estudiante de Medicina a partir de tercer curso (al menos en mi facultad) y que consiste simplemente en llegar a tu hora a las prácticas y esperar en el pasillo a que el médico de prácticas aparezca. Los partidos, como los de Quidditch, no tienen una duración determinada, terminan cuando aparece el médico, normalmente a los treinta minutos o a la hora, aunque se han dado récords de dos horas.

Da rabia ir a hacer prácticas a un hospital UNIVERSITARIO (lo pongo en mayúscula porque parece que el personal sanitario aún no se ha enterado) y que te aparquen cual mueble. Los estudiantes de medicina no somos seres diestros con dos manos izquierdas, estamos a pocos años de distancia profesional de aquellos que nos dejan a un lado porque "tienen que trabajar" o "no lo vamos a entender". Me gustaría que se dieran cuenta de que dentro de muy poco seremos sus colegas y que si hoy nos enseñan, no nos tendrán que explicar en un futuro, cuando ya sea verdaderamente nuestra responsabilidad legal. 

Sin embargo, y pese a todo,  tengo que decir que he estado un mes haciendo prácticas en el hospital y que ha sido genial. Cuando estás en primero y en segundo de carrera es fácil amargarse porque sientes que no aprendes nada útil. Sin embargo, una vez empiezas a hacer prácticas clínicas, te viene mucho a la mente la frase de "¡Ah, eso lo dimos el otro día en clase¡". Por eso siempre hay que mirar hacia delante y nunca resignarse, siempre hay luz al final del túnel.

domingo, 30 de septiembre de 2012

La vuelta al cole

La vuelta a clase en la universidad es muy distinta a del colegio o el instituto. Nada de presentaciones y papelitos con tu nombre encima de la mesa. No hay que ir con grandes listas a comprar material escolar ni libros. La dinámica de la reincorporación universitaria es distinta y se resume en tres palabras: papeleo, papeleo y papeleo. Y, aunque ya la mayoría de los trámites no son por papel ni hay que hacerlos en persona, los primeros días de clase te pasas la mitad del tiempo yendo de un lado a otro a por certificados e impresos. 

Primero de todo, hacer la matrícula. Para un estudiante que lleva al día sus asignaturas es fácil, coges todo el curso más alguna que te quede y listo. La mayor parte de mis asignaturas son de tercero y luego tengo algunas de cuarto, así que en mi caso matricularse es hacer malabarismos con horarios de clase y prácticas. Solventado este problema hay que enfrentarse a una segunda prueba: marcar la opción a beca. "No hay créditos suficientes" aparece en la pantalla y sabes que es momento de llamar a Administración y preguntar que es lo que puedes hacer en tal caso. Una vez solucionado, continúas con la matrícula. Comprobar que todas los datos están bien, generar el impreso, imprimir, pagar en el banco y llevar a administración. Logro desbloqueado. Al realizar estudios de Grado, tengo la ventaja de no tener exámenes en Septiembre, sino en Julio; así que la matrícula la hago antes de empezar el curso. No pierdo un día de clase, sino un día de verano. No está mal.

Tras hacer la matrícula llegar la incorporación a las clases, que este año se ha caracterizado por llegar el primer día y que no haya un cartel con las aulas en las que está cada grupo, que el Campus Virtual no te diga en que grupo estás hasta pasadas dos semanas del comienzo de las clases, y el ir y venir de fichas. La ficha es ese objeto que algunos profesores siempre piden el primer día de clase, que otros dicen que es necesario, y que otros tantos dicen que sí la habían pedido (cuando nunca lo han mencionado) y que es necesaria para presentarse al examen una vez estás entrando al mismo. Así que tras las primeras clases, bajas a Conserjería y coges un montón de fichas, las rellenas, les pones tu foto y las entregas. Ojalá fuera todo tan fácil. A partir de segundo, mi carrera tiene una peculiaridad, y es que hay asignaturas con múltiples profesores (más de cinco, por ejemplo), que además nunca avisarán de cuando vendrá cada uno. Hay que entregarle la ficha al coordinador de la asignatura, así que es posible que alguna ficha quede triste, sola y abandonada varias semanas en tu carpeta. 

Una vez entregadas las fichas (o mientras esperas para poder entregarlas) lo único que queda es acostumbrarse a la dinámica del nuevo curso que, de momento, puedo decir que va bien. Mañana empiezo las prácticas clínicas de este curso, esperemos que vaya bien.

Yo he venido aquí a hablar de mi libro

La primera entrada de un blog siempre es difícil. "¿Qué digo? ¿Cuento un chiste para empezar y romper el hielo? ¿Digo algo con gancho?". No soy nueva en el mundo del blog, pero sí he cambiado en estilo. Antes escribía un blog sobre literatura (que no tuvo mucho éxito la verdad) y he decidido hacer de la red una aliada y crear éste para hablar de Medicina, pero sin hablar de Medicina.

Soy estudiante de Medicina, mi asignatura más alta es de cuarto. Sí, soy ese 1% raro que se quedó atrás (mira, ya tengo un tema para una entrada). Sé que hay muchos y buenos blogs sobre Medicina y que es difícil aportar algo nuevo, así que simplemente me dedicaré a hablar de mi andadura durante la carrera y comentar el lado no tan bonito de una facultad de Ciencias de la Salud.

Pues bien, una vez hechas las presentaciones, ¿continuamos?