viernes, 21 de marzo de 2014

Las personas buenas

En la actualidad, vivimos en una sociedad en la que somos los que los demás ven de nosotros. No me refiero sólo a nuestra ropa o nuestro coche (lo cual siempre ha pasado), si no que se ha llegado a otros niveles, en los que parece que si no sacamos una foto de un lugar dónde hemos estado o de la hamburguesa que nos hemos comido, nada ha pasado, nada ha existido. Vivimos en un mundo virtual y, como tal, es mucho más fácil fingir ser otra persona. Por ejemplo, hacer creer a tus contactos que siempre vas maravillosa y maquillada y nunca llevas un moño y un pijama para estar en casa (con lo cómoda que se está). Vivmos en la época del "postureo", y lo acepto como tal, pero tiene que haber unos límites.

Todo esto lo comento porque hace un par de semanas me encontré un perro abandonado en la calle. La verdad es que, afortunadamente, es la primera vez que me pasa y, al darme cuenta de que el animal estaba solo, no me lo pensé e intenté ayudarlo. Era de noche y día de fiesta y estaba yo sola en la calle con el pobre perro. La Policía Local me comentó que los días de fiesta no recogen animales y las Protectoras no me cogían el teléfono. Desesperada, más que nada porque el perro era mínimamente obediente y estaba obsesionado con irse a la carretera, llamé a un amigo para que me dejara el teléfono de una conocida que recoge animales y que está continuamente compartiendo fotos de animales abandonados y martirizando a aquellos que no se vuelcan en su cuidado como ella. Básicamente me dijo que me buscase la vida, que ella no me podía ayudar en nada. Que lo llevase a un veterinario y que no llamase al Albergue, que allí los "eutanasian" al poco tiempo. Supongo que para ella era más bonito que lo atropellase un coche. Al ver que me quedaba sin opciones, ya que no tenía coche para llevar al animalito al veterinario y yo no podía acogerlo tampoco (sí, típico, pero desgraciadamente real), me tuve que ir. Me dio una pena muy grande, todos los días pensaba en que seguramente el perro había sido atropellado, que yo no pude ayudarlo... Incluso pasé un par de veces por el sitio para ver si lo veía. Pero nada. Cuatro días después del suceso, el amigo al que le pedí el número de teléfono me mandó un mensaje diciéndome que se lo comentó a una amiga y que ésta fue a buscar al perro, dio con él y ya tenía dueño y casa. No podía estar más contenta. No sé si queda feo decir que me quité un peso de encima, pero así fue como me sentí.

Así que, como todos los días (o al menos la mayoría), aprendí que las apariencias engañan hasta en cosas tan sumamente delicadas como son el maltrato animal, que no es oro todo lo que reluce pero, sobre todo, que en el mundo sigue habiendo personas buenas.

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